Un joven llegó jadeando a la casa de Pedro, una persona conocida por su templanza y sabiduría y le dijo:
-Escucha Pedro: Un amigo tuyo estuvo hablando cosas malas de tí. Resulta que...
-¡Espera un momento! –le interrumpió Pedro. ¿Ya hiciste pasar por la prueba de las tres cancelas lo que vas a contarme?
-¿Las tres cancelas?
-Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
-No. Lo oí comentar a unos vecinos.
-Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda cancela, la de la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguién?
-No, en realidad, no. Al contrario, es malo para tí...
-¡Ah, vaya! Y la última reja es la necesidad. ¿Tú necesitas hacerme saber eso que tanto te inquieta?
-En realidad, no.
-Entonces –dijo el sabio sonriendo- si no sabes si es verdadero, ni es bueno, ni es necesario, sepultémoslo en el olvido.
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lunes, 20 de mayo de 2013
lunes, 6 de mayo de 2013
Relato con aprendizaje: ¿Zanahorias, huevos o café?
Un día una niña se quejaba amargamente a su padre acerca de lo difíciles que le resultaban las cosas.
No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre la acompañó a la cocina. Una vez allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Al poco rato, el agua de las tres ollas empezó a hervir. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café, y dejó los cacharros al fuego un buen rato.
La hija miraba a su padre con impaciencia sin entender nada. Al poco rato el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un plato. Luego sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente, y mirando a su hija dijo:
- "Hija, ¿qué ves?"
- "Pues zanahorias, huevos y café" dijo ella.
Entonces el padre pidió a su hija que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le invitó a que tomara un huevo y lo pelara para así observar el huevo duro. Finalmente le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.
La hija preguntó:
- "¿Qué significa ésto, padre?"
El le explicó que los tres elementos se habían enfrentado la misma adversidad: Agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente: La zanahoria entró en el agua, fuerte, dura; pero después de un rato en el agua hirviendo se volvió débil, fácil de deshacer.
El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café sin embargo eran únicos; después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.
- "¿Cuál eres tú?", le preguntó a su hija.
- "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres quizá un huevo, que comienza con un corazón maleable y un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, o un despido se vuelve duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?
- "¿O eres como los granos de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren."
Y tú, ¿cual de los tres eres?
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No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre la acompañó a la cocina. Una vez allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Al poco rato, el agua de las tres ollas empezó a hervir. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café, y dejó los cacharros al fuego un buen rato.
La hija miraba a su padre con impaciencia sin entender nada. Al poco rato el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un plato. Luego sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente, y mirando a su hija dijo:
- "Hija, ¿qué ves?"
- "Pues zanahorias, huevos y café" dijo ella.
Entonces el padre pidió a su hija que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le invitó a que tomara un huevo y lo pelara para así observar el huevo duro. Finalmente le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.
La hija preguntó:
- "¿Qué significa ésto, padre?"
El le explicó que los tres elementos se habían enfrentado la misma adversidad: Agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente: La zanahoria entró en el agua, fuerte, dura; pero después de un rato en el agua hirviendo se volvió débil, fácil de deshacer.
El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café sin embargo eran únicos; después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.
- "¿Cuál eres tú?", le preguntó a su hija.
- "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres quizá un huevo, que comienza con un corazón maleable y un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, o un despido se vuelve duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?
- "¿O eres como los granos de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren."
Y tú, ¿cual de los tres eres?
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miércoles, 17 de octubre de 2012
Un buey en apuros
En un fértil prado pastaba tranquilamente un buey. Era el jefe del rebaño: Semental desde muy joven, unos magníficos pastos y los mejores cuidados de su dueño.
Un dia, paseando junto a la cerca, límite de su territorio, pudo observar una mancha verde que estaba situada unos pasos mas allá de ella. Se acercó corroído por la curiosidad y pudo comprobar que se trataba de un brote de hierba fresca que allí había crecido.
Él, que lo tenía todo, pudo haberse conformado con admirar su descubrimiento desde la valla, pero no. No podía dejar pasar aquella magnífica oportunidad de llevarse a la boca aquel manjar tan exquisito, aunque en ese momento llevaba el estómago atiborrado de heno fresco, gentileza de su amo.
Introdujo la cabeza por el hueco de la empalizada, no sin esfuerzo pues el sitio era bastante estrecho, e intentó alcanzar la apetitosa mancha con la puntita del hocico... Un poco mas, un poquito mas...Ya podía sentir el aroma de aquel suculento banquete que estaba a punto de disfrutar...Un poco mas, ya casi...
Pero como nada hay perfecto en este mundo, una vez satisfechos su curiosidad y su insaciable apetito, al ir a retirarse en busca de otros menesteres propios de su rango, se dió cuenta para su disgusto que no podía sacar la cabeza.
Cuando amargamente cayó en la cuenta de que había quedado atrapado, tiró y volvió a tirar para intentar liberarse de aquella para él mortal trampa.
Pero todos sus esfuerzos resultaron vanos, y cada vez se sentía mas agotado, hasta el punto que cambió de táctica, y de los tirones desenfrenados pasó a mugir con desesperación...
Al poco rato, intrigado por tanto mugido, se acercó a él otro buey que también pertenecía al rebaño.
Éste era ya viejo, casi sin dientes, y mucho menos favorecido en "otras actividades" que nuestro protagonista.
Estuvo un buen rato observándolo y luego se acercó y comenzó a olisquearlo por todas partes, percatándose así de su situación delicada, que seguro no iba a desprovechar.
Lo que ocurrió después no me atrevo a narrarlo. Sólo os diré que dos horas después apareció el ganadero, quién tuvo que cortar las tablas motosierra en mano para poder liberar al animal, al tiempo que le decía acariciándole el lomo: -Pobrecito, pobrecito-.
Desde aquel día nuestro buey siguió disfrutando de la vida igual de bien, pues estaba destinado a ello, y además no le quedó ninguna marca del incidente a no ser la de su dignidad y su orgullo manchados.
Consejo: Cuando te embarques en cualquier aventura, por muy atractiva y por muy segura que parezca, procura siempre cubrirte bien las espaldas.
By Vito.
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