Si la belleza está en el ojo del espectador, el placer que produce una caricia está en el cerebro de quien la recibe más que en la mano de quien la realiza.
El mismo toque puede provocar efectos contrarios dependiendo de nuestras expectativas y creencias, según queda demostrado en diversas investigaciones.
Y, lo más sorprendente, esa sensación, placentera o no, se inicia en el cerebro cuatro segundos antes de que sintamos el roce en nuestra piel.
El tacto es el menos valorado de nuestros sentidos, a diferencia de la vista o el oído, y también el menos estudiado. Sin embargo, sería impensable la vida sin él. Es el primero en desarrollarse y probablemente el último en dejar de funcionar en las etapas finales de la vida.
A diferencia de los otros cuatro, está ampliamente repartido por nuestro cuerpo. Entre seis y diez millones de sensores táctiles recogen la valiosa información que llega del exterior y del interior del organismo. Algunos están localizados en músculos, tendones y articulaciones y nos permiten mantener el equilibrio y caminar.
No obstante, la mayoría de estos sensores se encuentran en la piel, con mayor abundancia en las zonas erógenas y alrededor de la boca. La información que recogen del exterior desde los primeros momentos de nuestra vida es crucial para mantenernos a salvo. Y si falta la estimulación táctil, el desarrollo del cuerpo y del cerebro se resiente, como han demostrado los estudios con ratones.
Los tiernos lametones de la madre a los pequeños roedores aumentan la secreción de hormona del crecimiento y disminuyen la producción de la hormona del estrés, el cortisol. Un efecto que se extiende a nuestra especie con efecto terapéutico en los neonatos, que crecen a mayor ritmo y menos estresados cuando reciben frecuentes caricias que si éstas escasean.
Y es que estas sensaciones táctiles viajan directamente al sistema límbico, una estructura cerebral encargada de gestionar las respuestas emocionales.
Además, el tacto es también el más íntimo de los sentidos. Un artículo publicado recientemente en “Proceedings of the National Academy of Sciences” (PNAS) profundiza en la manera en que el tacto se relaciona con la emoción.
Y han descubierto que la sensación placentera o de rechazo que nos produce una caricia está presente desde las primeras etapas de su procesamiento en el cerebro. Y más aún, esta sensación, guiada por la vista, precede en 4 segundos al roce de la mano con nuestra piel.
La investigación ha sido diseñada por neurocientíficos del Instituto de Tecnología de California (Caltech) y demuestra por primera vez que, a diferencia de lo que se creía, “no hay una ruta separada para procesar el aspecto físico del tacto en la piel (aspereza, suavidad, intensidad) y para su interpretación, es decir, si lo sentimos como agradable, desagradable, deseado o repulsivo. Nuestro estudio demuestra que la emoción está presente desde las primeras etapas“, explica uno de los autores del estudio.
Un ingenioso experimento les llevó a esta conclusión:
Con Resonancia Magnética Funcional midieron la activación del cerebro de varones heterosexuales, mientras eran acariciados en una pierna. “Aparentemente” las caricias provenían de dos personas diferentes que ellos veían en un vídeo. La primera imagen era de una atractiva mujer que se inclinaba hacia ellos en la pantalla. La segunda, de un hombre que los voluntarios definían como poco agraciado físicamente. Cuando notaban la caricia después de ver a la mujer en la pantalla, la experimentaron como placentera, mientras que les resultaba aversiva cuando seguía a la imagen del hombre.
Lo que los participantes en el estudio no sabían es que en realidad la mano que rozaba su pierna después de la proyección de ambas imágenes era siempre la misma, y correspondía a una mujer.
Gracias a este truco, los investigadores lograron separar las propiedades sensoriales de la caricia de su significado afectivo, es decir, de la percepción de la caricia, un proceso más complejo mediante el cual se añade significado a los impulsos nerviosos que provoca el roce de otra mano en nuestra piel. Así determinaron que aunque la caricia era siempre la misma, era percibida por los sujetos como aversiva cuando pensaban que la realizaba un hombre.
“Intuitivamente creemos que cuando alguien nos acaricia sentimos primero la velocidad a la que la mano recorre la piel -mejor cuando más lenta-, la delicadeza, o la rugosidad, y después, en una segunda etapa, dependiendo de quién nos toque, valoramos la caricia”,
Sin embargo, de esta investigación se deduce que es justamente al revés, y que la vista determina lo que sentimos. Aunque, como en este caso nos engañe. Nada en nuestro cerebro es totalmente objetivo, advierten los investigadores.
Fuente: Psicología Práctica.