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martes, 4 de diciembre de 2012

De merienda...galletitas


A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación. 

Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa. 








Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente. 

La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.
 
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido. 

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. " No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas. 

Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
- Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
- De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente".
Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ! Intacto!. 



Cuento de Jorge Bucay

lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre capacidades...

Durante estos días se están celebrando por toda España manifestaciones para que se tengan en cuenta los derechos de las personas con discapacidad y no se les aplique esa tijera demasiado larga que utilizan quienes ostentan el poder.

Hasta ahora existen multitud de asociaciones que trabajan en este ámbito y que contribuyen al bienestar de las  familias de estas personas.


Muchas veces se pudiera pensar que a dónde van a parar todas esas subvenciones pero se convierten en profesionales que les atienden, en la creación de centros especiales de empleo y en la puesta en marcha de mucho programas.


Durante un tiempo estuve trabajando con personas con discapacidad y antes de empezar me dijo un amigo que tiene un 90% de sordera que a él le gustaba hablar de capacidades más que de discapacidades y que yo y la gente "entrecomillas normal"  también podíamos tener nuestras propias discapacidades: no poder ver sin gafas, o no poder tocar un instrumento, no ser capaz de hablar en público, de saltar a la comba, o llevándolo al extremo no ser capaz de hacer el "pino". 

Este punto de vista cambio mi forma de ver las cosas:  como pedagoga tendría que diagnosticar la discapacidad de las personas que tuviese en mi trabajo  pero también como pedagoga y como persona  siempre pondría una pegatina encima de la discapacidad y que diría: CAPACIDAD...


miércoles, 17 de octubre de 2012

Un buey en apuros


   En un fértil prado pastaba tranquilamente un buey. Era el jefe del rebaño: Semental desde muy joven, unos magníficos pastos y los mejores cuidados de su dueño.
     
     Un dia, paseando junto a la cerca, límite de su territorio, pudo observar una mancha verde que estaba situada unos pasos mas allá de ella. Se acercó corroído por la curiosidad y pudo comprobar que se trataba de un brote de hierba fresca que allí había crecido.
   
      Él, que lo tenía todo, pudo haberse conformado con admirar su descubrimiento desde la valla, pero no. No podía dejar pasar aquella magnífica oportunidad de llevarse a la boca aquel manjar tan exquisito, aunque en ese momento llevaba el estómago atiborrado de heno fresco, gentileza de su amo.

     Introdujo la cabeza  por el hueco de la empalizada, no sin esfuerzo pues el sitio era bastante estrecho, e intentó alcanzar la apetitosa mancha con la puntita del hocico... Un poco mas, un poquito mas...Ya podía sentir el aroma de aquel suculento banquete que estaba a punto de disfrutar...Un poco mas, ya casi...

     Pero como nada hay perfecto en este mundo, una vez satisfechos su curiosidad y su insaciable apetito, al ir a retirarse en busca de otros menesteres propios de su rango, se dió cuenta para su disgusto que no podía sacar la cabeza.

     Cuando amargamente cayó en la cuenta de que había quedado atrapado, tiró y volvió a tirar para intentar liberarse de aquella para él mortal trampa.

     Pero todos sus esfuerzos resultaron vanos, y cada vez se sentía mas agotado, hasta el punto que cambió de táctica, y de los tirones desenfrenados pasó a mugir con desesperación...


     Al poco rato, intrigado por tanto mugido, se acercó a él otro buey que también pertenecía al rebaño.

     Éste era ya viejo, casi sin dientes, y mucho menos favorecido en "otras actividades" que nuestro protagonista.

     Estuvo un buen rato observándolo y luego se acercó  y comenzó a olisquearlo por todas partes, percatándose así de su situación delicada, que seguro no iba a desprovechar.

     Lo que ocurrió después no me atrevo a narrarlo. Sólo os diré que dos horas después apareció el ganadero, quién tuvo que cortar las tablas  motosierra en mano para poder liberar al animal, al tiempo que le decía acariciándole el lomo: -Pobrecito, pobrecito-.

     Desde aquel día nuestro buey siguió disfrutando de la vida igual de bien, pues estaba destinado a ello, y además no le quedó ninguna marca del incidente a no ser la de su dignidad y su orgullo manchados.


Consejo: Cuando te embarques en cualquier aventura, por muy atractiva y por muy segura que parezca, procura siempre cubrirte bien las espaldas.

By Vito.