Empatía y Síndrome de Estocolmo

    Existe un transtrorno psicológico que desde siempre me ha resultado muy llamativo, y que consiste en la elevación de la cualidad empática de ciertos individuos hasta la máxima expresión, dando lugar al denominado síndrome de Estocolmo.

   Uno de los casos mas conocidos tuvo como protagonista a la joven Patricia Hearst, nieta del magnate de la comunicación William Randolph Hearst, que en 1974 fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación (SLA). Tras pagar la familia seis millones de dólares a los terroristas, no se supo más de la joven. Dos meses más tarde fue fotografiada, rifle de asalto en mano, durante un atraco del SLA a un banco. Se había unido a la organización y cambiado su nombre por el de Tania.
     Se trata pues,de la compicada relación emocional que una víctima puede establecer con su verdugo, sobre todo en el momento en que éste afloja un poco la presión. Puede producirse en todos los campos de las relaciones sociales. Podemos destacar las que ocurren en el ámbito laboral, cuando un individuo o grupo muestran una conducta de apego, identificación e incluso vinculación emocional con empresas cuyas condiciones de trabajo y/o métodos de dirección son inadecuados e incluso reprochables.
     También ocurre en el caso de las mujeres maltratadas, que ven como un ejemplo de bondad el que su pareja no las castigue cuando ellas esperaban serlo. El alivio que ese hecho produce les hace olvidar que se da dentro de una situación injusta, porque acaba invirtiendo los papeles: a los ojos de la víctima el cruel se transforma en generoso; la víctima se cuestiona si el comportamiento incorrecto es el suyo. Nuestros sistemas mentales de evaluación facilitan esa confusión, pudiendo interpretar como premio la supresión de un castigo. Pero en el terreno ético, político y social, ese mecanismo puede llevarnos a serias equivocaciones.